la Carta (II parte)

Siempre me ha llamado la atención aquellas personas que con su actitud dominan cualquier tipo de situación o conversación a través del silencio. Si, controlan cuando se habla, en qué tono, a qué velocidad; no es solo un ejercicio de poder, sino de inteligencia. Puedes sesgar el mensaje, cargarlo de emoción o simplemente, callar; no tienes porqué contar nada… solo callar y esperar. No me negaran que ese dominio en la conversación, es cuanto menos magistral. Esta segunda parte va de eso…. de la información que contiene el mensaje, de la información que queremos dar al receptor. Atentos, porque los detalles en esta cuentan.

La carretera era preciosa y no pudo retener las ganas de parar a observar el paisaje, repostar y tomar un café. Las vistas eran sacadas de cualquier anuncio de coches, de curvas sinuosas, subidas imposibles y un solo carril por dirección, como si del cuerpo de una mujer se tratase. En un momento del camino aprovechó para llamar a Comandancia y recordar que dejaba su puesto por motivos de mantenimiento, esa noche se encargaría de la radio la propia comandancia avisando de la inoperancia del faro.

El GPS, como todos los aparatos responden a lo que se le programan y Alejandro lo programó de forma equívoca… al final tuvo que recurrir a la técnica más antigua de los exploradores y aventureros; parar y preguntar dónde estaba aquel pueblo. Tras las indicaciones de dos viejos sentados en la orilla de un cambio de sentido en la carretera nacional, le indicaron el destino. Volvía a la “aventura”.

Solo había una única pista de arena suelta y grava, que daba acceso a las distintas calas y playas. No le atraía mucho meterse por allí, ya que si se equivocaba, sería difícil dar la vuelta, pero como todo, solo hay un destino y ese era el camino. La pista era bastante mala, llena de baches y agujeros, que hacían que la marcha fuese muy lenta. Parecía que conseguir respuestas y darle sentido aquel mensaje no iba a ser un regalo. Pero mereció la pena, el carril se abría a una urbanización recién construida, saltándose el más mínimo respeto a la legislación urbanística y dejando rota la armonía visual del paisaje, pero al progreso no hay nada que lo paré.. o ¿sí?

El acceso aquella cala, estaba flanqueado por una hilera de casas bajas que hacían de calle principal de esa barriada, con un paseo marítimo recién inaugurado y que terminaba en la última cala. Siguiendo su intuición, pensó -solo puede estar aquí.- El calado de la playa parecía adecuado y la urbanización terminaba allí, más allá era silvestre. Coronaba aquel paisaje un Faro en un altísimo calvario, que formaba un acantilado. Pudo apreciar que había una escalera labrada que daba acceso a la playa. Un lugar sacado de una postal, solo podría decir que era preciso.

Eran las diez de la mañana y aunque hacia algo de frio, cuando se estaba un rato al sol, picaba. -Seguramente por la tarde lloverá- pensó. Tras una rápida comprobación visual, sus ojos se posaron en algunas personas que ya estaban en la cala. Entre ellas estaba Joaquín. Alejandro no lo sabía aún y tenía sus dudas, de sí había acertado en el sitio.

Volvió su cabeza y vio que cerca había una barraca. Sería mejor tomar algo y pensar por qué carajo estaba allí… además, sería útil buscar algo de información. Así podría asegurarse de estar en el lugar idóneo. Entró y saludó amablemente a los “parroquianos” que en ella estaban. Era la típica cantina de pueblo, decorada con nudos marineros, enseres de pesca, alguna reproducción de algún barco en miniatura, retazos de redes, conchas y los típicos carteles de la administración para que los turistas pudieran identificar el tipo de piezas que se le cobraba al mar.

Al llegar a la barra, vio que un enjuto hombre de piel curtida y arrugada le sonreía. Pensaría que era el típico turista habido de aventura. Aquel hombre se puso a repasar con un trapo los vasos para dar un aspecto de limpieza, que carecía por su ausencia, pero no había otro bar o tasca cerca, así, que estaba destinado a servir a todo aquel que llegase. Ya apoyado en la barra, los ojos de Alejandro se posaron en una maqueta de un barco de pesca, que en uno de los costados, tenía grabado el nombre de Rose. Le pareció simpático.

-¿Qué va a ser señor?

-Un café, por favor.

El hombre se dirigió a la máquina expreso de café, que tenía más guerras que la propia humanidad y empezó a operarla. El ruido era ensordecedor y rompió la calma reinante en aquella barraca. Tras unos instantes, el camarero le puso la bebida.

Como no quería abordar el tema nada más llegar, se paseó por el salón de aquella barraca, donde las sillas y mesas de plástico, regalo de una marca de bebidas, estaban puestas a modo de mobiliario. Con una pose fingida y distraída, representó muy notablemente su papel de turista.

Una vez que los parroquianos se acostumbraron a su presencia, intercambió algunas palabras, sobre el tiempo y la pesca. Quería ganarse su confianza. Seguramente si hubiese entrado a saco, no hubiese obtenido ningún tipo de información. Se acercó al camarero; -ellos son las mejores fuentes para historias y cotilleos de un pueblo, tal vez con un poco de astucia y desinterés me dirán algo- pensó. Muy descuidadamente, pero con una clara intención, señaló la maqueta de aquel barco llamado “Rose”.

-¿Qué tipo de barco es ese?

-Es un palangre, muy típico de otro tipo de pesca, pero aquí hubo uno que lo adaptaron para pescar en estas aguas.

-¿sí? ¡qué curioso!

-El patrón, lo compró en el norte. Todos en el pueblo le dijimos que era demasiado grande. Pero otros le dirán que ese barco estaba gafado. Durante algún tiempo barrio el litoral y ganó buenos duros, pero de un día para otro, el patrón que también era el armador, dejó de salir a faenar con él. Terminó por abandonarlo en el dique del Puerto.

-Pobre hombre. ¿Qué fue de él?

-Si, es un buen hombre, el alcalde intervino para que le designaran farero. Siempre fue muy generoso con las gentes del pueblo y empleaba a bastantes de por aquí, pero, ¿sabe Uds.?, las malas cabezas.

-Pobre hombre, me imagino que algún vicio, ¿no?

-Que va, la depresión que es muy mala. Aunque las gentes de aquí le dirán que fue la bebida. Yo lo conozco desde que era crio y lo conocí antes de ser farero. Un día dejo de sacar el barco y ya está.

-¿Y eso?

-Yo creo que fue por deudas, aunque cualquiera de aquí le contará otra historia.

Dejó que el debate empezase a fluir. Era un antiguo truco de picapleitos que había visto en alguna película. La historia saldría por si sola. La verdad o la mentira la decorarían, pero al final, con un poco de sensatez, descubriría la historia.

Uno aseguró que fue por el alcohol, otros por dudas con el banco. Uno dejó entrever que era por trapichear con drogas, otro, que fue muy escueto, dijo que por una mujer. De esas oyó varias versiones, desde que se casó con la mujer de un amigo por obligación, como que conoció a una extranjera y le robó el ánimo. Eso me gusto… empezaba a vislumbrar la verdad.

Tras un rato de comentarios, chismes, cotilleos y demás, la conversación se desvió, pero yo ya tenía la información que quería. Uniendo un poco las pistas de la carta y de lo oído en la tasca, se puso hacer una composición de lugar de lo que había ocurrido. Solo le faltaba identificar el lugar. En eso, todos acertaron, estaba en la cala del faro de Cordouan, nombrado así por unos árabes del Al-Ándalus que eran originarios de la capital del califato y que para que sus barcos no encallaran, financiaron la construcción del mismo. Años después, el pueblo construyó un alcázar convertido después en castillo y fue cuando decidió remodelar el faro. Ya de la construcción del faro quedaba poco, con los años, se derribó y se levantó el actual, de base cuadrada. Junto a él se construyó las dependencias del farero, que daban acceso a la cala a través de unas escaleras labradas en la pared del risco.

Así que se dirigió a la playa de la cala. No tenía pérdida por la indicación recibida, aunque la orografía de la costa estaba plagada de accidentes geográficos, solo había una construcción solitaria…. bajó por la estrecha escalera tallada en la roca y remarcada por el subir y bajar de viandantes….Allí estaba sentado. No había faltado a su cita.

No se atrevió a abordarlo en seguida, sino que espero un instante. Ese tiempo que parece una eternidad, de duda existencial, de cuestionarse por qué se hacen las cosas. Es el momento del cobarde, antes de convertirse en valiente. Pero su curiosidad podía más que su miedo al ridículo, que su vergüenza ajena, que a meterse donde no lo habían llamado y continuó adelante con ello.

Su paso tímido y corto, llenaba sus botas de arena y el avance se hacía duro, aunque no era la típica arena fina de donde él venía, sino que era pequeñas piedrecitas o partes de conchas. La arena no era clara sino oscura. Por un momento, el símil le trajo un mal augurio, pero ya había tomado una decisión. Se situó a su espalda, casi sin hacer ruido.

En el pensamiento de Joaquín, la pregunta que se había estado haciendo los últimos 31 años, volvió a reiterarse, -¿vendrás hoy?-. Un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Mientras tanto, Alejandro dejaba caer sus llaves al no guardarlas bien en sus bolsillos, -Que oportuno- pensó. Vio como la cara de aquel hombre se volvía….

-Hola- dijo Alejandro.

El silencio se hizo y la ruda mirada de aquel viejo se clavó en la pupila de Alejandro. El miedo se atenazo a su garganta. -¿Que decir?- se preguntaba. El silencio entre ambos era un abismo. Por un instante Alejandro aguantó la mirada de aquel viejo farero, pero hay miradas qué duelen y silencios que matan.

-Se quién es.

El silencio seguía presente. Ni siquiera con esas palabras pudo conseguir que emitiera algún sonido. De nuevo las miradas se cruzaron. En los ojos del viejo se podía leer – no quiero que me molesten…

-Mire, soy farero, como Uds.…

El silencio seguía constante. No conseguía romper esa sorda situación tensa….

-Encontré su carta en una botella azul. Solo quería decírselo

El silencio se hizo patente de nuevo. Ni con la referencia a la carta pudo producir reacción a la actitud del viejo

-Solo quería que me contara quien era Rose y que es lo que pasó.

Una voz rota, grabe, vieja, muy gastada por los años, emitió una sola frase de siete palabras, era la perfección hecha alegato

-¿Por qué debería contarte quien es Rose?

No supo que contestar. En el pensamiento del viejo, se produjo la necesidad de saber cuál de las cartas había recatado, donde y en qué momento. Las palabras que se dijeron fueron casi inaudibles….

Continuará….